Llega la primera visita con tu familia. Vienen a verte y se alegran de ver cuánto has crecido. Preguntan y aprenden de tus rutinas, de tus costumbres, de tus juegos.
Tus primeros pasitos les emocionan.
Y yo desde el otro lado tiemblo hasta saber que intentan conocerte, quererte, tenerte. Tiemblo porque mi ignorancia me hizo creer que no vendrían o que apenas se acercarían a ti.
Soy incapaz de ponerme en la piel de alguien que debe renunciar a ver a su hijo a diario; alguien que, en un contexto con el apoyo familiar adecuado, lo abrazaría cada mañana al despertar y lo arroparía cada noche al llevarlo a la cama. Alguien que lo quiere y que por ello entiende que necesita otras manos que le ayuden a crecer.
Vuelves con ganas de dormir. Has jugado con ellos, aunque no sabes bien lo que pasa.
Poco a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario